Reedición de este cuento que publiqué en el blog de Joan Melé, dinero y conciencia, en mayo del pasado año. Por desgracia, sigue estando de actualidad. Feliç Sant Jordi !!!
El pasado lunes, como marca la tradición en el
día de Sant Jordi, dediqué un rato a pasear por el centro de Barcelona, compré
rosas, entré en diversas librerías y me hice con algunos títulos que me interesaban.
En una de las librerías, atestadas de gente
por cierto y mientras ojeaba algún que otro libro, me sorprendió escuchar
fortuitamente como una chica joven, de unos veintitantos años, le pedía a una
de las libreras que le aconsejara algún título que pudiera animar a una amiga
suya quien, por una serie de motivos que no desveló, estaba muy desanimada y
hundida y buscaba algún libro que pudiera ayudarla a salir de esa pozo.
Lógicamente no me pareció decoroso seguir
escuchando aquella charla e incluso me dirigí hacia otra sección pero debo
reconocer que la pregunta de la chica me dió que pensar. Probablemente a la
librera le pasó lo mismo, aunque en otro sentido, porque su cara de perplejidad
y de no saber muy bien cómo proceder ante aquella curiosa pregunta, no tenía
desperdicio. Tal vez la amiga de nuestra desconocida protagonista sufría de mal
de amores, tal vez había tenido un conflicto con sus padres o tal vez había
perdido a un ser querido pero no pude evitar imaginar, - deformación profesional
de los economistas -, que probablemente aquella joven era una persona más de
entre los millones de desempleados del país, que tal vez había estudiado con
ahínco para labrarse un futuro, que tal vez había compaginado sus estudios con
algún trabajo temporal o a tiempo parcial y que había seguido los consejos de
sus padres quienes seguramente le habían repetido hasta la saciedad aquella
famosa frase de “quien de joven no trabaja, de viejo duerme en la paja”.
No se si ese es el caso de la anónima joven o
si sólo es fuente de mi imaginación pero voy a seguir con esa hipótesis.
Probablemente esa chica había conseguido algún trabajo al finalizar sus
estudios y, no mucho tiempo después había acabado engrosando las filas del
paro. Al principio no le afectó demasiado, se sentía fuerte y preparada e
inició la búsqueda de un nuevo empleo. Los meses fueron pasando y la búsqueda
se transformó en una rutina de envío de currículums, de alguna entrevista que
otra sin resultados aparentes y esa rutina fue minando su moral hasta que la
joven preparada cayo en un estado de confusión y de desesperanza. El mundo que
habían conocido sus padres y que le habían vendido de buena fe, ya no existía,
se estaba desmoronando.
Siguiendo una conocida inercia humana empezó a
buscar posibles culpables empezando lejos de sí misma, los americanos, los
alemanes, el gobierno, los bancos, … y como no entendía nada y no se sentía
satisfecha, siguió buscándolos más cerca de ella, su antigua empresa, su jefe,
su novio, sus padres, hasta que acabó culpabilizándose a sí misma en un proceso
de autodestrucción que no la llevaba a nada.
Es evidente que estamos ante una situación
económica y social de extrema complejidad, que estamos asistiendo a la crisis
de un modelo de sociedad en la que, como en todas las crisis y, recordando a
Gramsci, lo viejo no acaba de morir y lo nuevo no acaba de nacer. Es esa
situación la que provoca la ansiedad y la incertidumbre, la desesperanza e
incluso, como en el caso de la chica de mi imaginario, la sensación de culpa y
de incapacidad de obrar que paraliza los sentidos y destruye nuestra voluntad.
De repente mi mente me trasladó a una
cafetería. Tenía a aquella imaginaria joven ante mí y tenía que mojarme, tenía
que decirle algo, tenía que intentar levantar su voluntad, lo único que podía
sacarla de aquel círculo vicioso de inacción y culpa. Y la sensación es que
debía hacerlo no como economista, no como técnico que se supone que entiende lo
que está pasando, cuáles son sus claves y cuáles sus salidas, sino como ciudadano
responsable, como ser humano. ¿Qué podía decirle? Ante aquella incómoda
situación, mudo ante la joven que esperaba mis reflexiones, Goehte vino en mi
ayuda y, como si de una inspiración se tratara, recordé la famosa frase
pronunciada por los ángeles al liberar a Fausto de su pacto con el diablo y
permitirle ascender al cielo tras su muerte: “A quien siempre se esfuerza con
trabajo podemos rescatar y redimir”. Esa predisposición al trabajo, al estudio,
a descubrir cosas que pudieran repercutir en el bienestar de los demás, junto
con el amor que había demostrado a Gretchen, la mujer de su vida, fueron las
claves para la redención de Fausto.
Esas eran las palabras clave, “actividad” y
“amor”. Las palabras que podían sacar a la joven de su estado de prostración
anímica. Las ideas fuerza para un renacimiento social porque la joven es, en el
fondo, una personalización de toda una sociedad confusa, necesitada de impulso,
de retos, de la posibilidad de alcanzar ilusiones no necesariamente materiales.
La fuerza de aquellas palabras desactivó el incómodo silencio que se transformó
como por arte de magia en una conversación fluida y rica.
Al poco rato la joven había empezado a
visualizar de nuevo que era en realidad una persona útil, imprescindible para
muchas otros seres humanos. Que había cosas que la motivaban y gentes con
necesidades a las que le gustaría ayudar, que tenía que pasar de ser víctima a
ser protagonista. Tenía que transformar su amor en acción para cambiar las
cosas, allá donde pudiera ser útil, allá donde su capacidad pudiera aportar:
organizaciones sin ánimo de lucro, residencias de ancianos, grupos de trabajo
que pretendían impulsar nuevas desarrollos o soluciones tecnológícas,
iniciativas de todo tipo, empresariales o no, en el ámbito de una nueva
concepción de la sociedad. Acción no siempre compensada económicamente en un
principio, pero que, tan sólo al verbalizarla, empezaba a dar un nuevo impulso
a la alicaida voluntad de la joven, y que tenía la capacidad de devolver el
brillo de la esperanza a aquellos bellos ojos apagados tan sólo minutos antes.
Además, esa acción y ese amor, canalizados de
forma adecuada, suelen acabar transformándose no mucho tiempo después en
oportunidades profesionales remuneradas y, lo que es más importante, de una
fuerte impronta vocacional. Allá es donde puedo ser útil, aquello es lo que me
gusta, es donde puedo contribuir a cambiar las cosas y, además, me gano
razonablemente la vida.
Seguimos charlando un buen rato,
intercambiando opiniones, sensaciones y experiencias. Pero yo tenía que irme,
mi imaginación debía volar hacia otros lugares. Decidí invitarla y pagar
aquellos cafés que nunca fueron ingeridos. Salimos de aquel imaginario local.
La chica se despidió de mi con un abrazo que era auténtico y que denotaba cariño
y agradecimiento. Con paso decidido y la sonrisa brillándole en los ojos la vi
alejarse por las callejas de mi mente.